[Foto: João Milet Meirelles]

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domingo, 21 de octubre de 2012

COMPOSÉ: Madre, escúchame, si me puedes mirar

FOTO: SILVIO R. SUÁREZ

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LA MADRE

Alberto Girri

Mi madre es una niña.
Está aquí. Ni yo he nacido ni ella ha muerto.

El mundo va y viene,
cada facultad se recrea en acciones vanas
respetando los tercos semblantes de la convivencia.
Aquella pupila que velaba por designios y de siglos
llama constante que no me dejó solo y da perdón,
está aquí. Ni yo he nacido ni ella ha muerto.

Percibe sonriente cómo se yerguen impasibles,
seguras de sí mismas, las gracias de las pasiones.
Cómo el amor es transitorio y es nada,
cómo es saludable a medias el sabor de la cruz.
Está aquí. Ni yo he nacido ni ella ha muerto.

Rara pisada es la tuya madre, pero si no estás
¿quién viene? Una mejilla horizontal, un triste animal
que busca el camino, arrodillándose ante sombras
depositarias del color y la luz que hinchan la conciencia.
Madre, estás aquí. Te tengo encerrada en una vieja postal
y retrocedo hasta llegar a tu agua de niña.

Todo lo que tú y yo escribiremos después es débil rescoldo,
pero mi corazón es aplicado y simula tener una hermosa,
juiciosa historia filial.
Y ni tú has muerto ni yo he nacido.

Coronación de la espera. Buenos Aires, Botella al Mar, 1947.

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MADRE, ESCÚCHAME (Lito Nebbia).
Andrés Calamaro, Rodolfo García y Litto Nebbia.
Una celebración del rock argentino.
Vol. 1: Los Gatos Salvajes / Los Gatos.

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SI ME PUEDES MIRAR

Olga Orozco

Madre: es tu desamparada criatura quien te llama,
quien derriba la noche con un grito y la tira a tus pies como un telón caído
para que no te quedes allí, del otro lado,
donde tan solo alcanzas con tus manos de ciega a descifrarme en medio de un muro de
     fantasmas hechos de arcilla ciega.
Madre: tampoco te veo,
porque ahora te cubren las sombras congeladas del menor tiempo y la mayor distancia,
y yo no sé buscarte,
acaso porque no supe aprender a perderte.
Pero aquí estoy, sobre mi pedestal partido por el rayo,
vuelta estatua de arena,
puñado de cenizas para que tú me inscribas la señal,
los signos con que habremos de volver a entendernos.
Aquí estoy, con los pies enredados por las raíces de mi sangre en duelo,
sin poder avanzar.
Búscame entonces tú, en medio de este bosque alucinado
donde cada crujido es tu lamento,
donde cada aleteo es un reclamo de exilio que no entiendo,
donde cada cristal de nieve es un fragmento de tu eternidad,
y cada resplandor, la lámpara que enciendes para que no me pierda entre las galerías
      de este mundo.
Y todo se confunde.
Y tu vida y tu muerte se mezclan con las mías como las máscaras de las pesadillas.
Y no sé dónde estás.
En vano te invoco en nombre del amor, de la piedad o del perdón,
como quien acaricia un talismán,
una piedra que encierra esa gota de sangre coagulada capaz de revivir en el más
      imposible de los sueños.
(...)
Y aunque cumplas la terrible condena de no poder estar cuando te llamo,
sin duda en algún lado organizas de nuevo la familia,
o me ordenas las sombras,
o cortas esos ramos de escarcha que bordan tu regazo para dejarlos a mi lado
      cualquier día,
o tratas de coser con un hilo infinito la gran lastimadura de mi corazón.

Los Juegos peligrosos. Buenos Aires, Editorial Losada, 1962.


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