[Foto: João Milet Meirelles]

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martes, 22 de febrero de 2011

Canon circular



De vez en cuando, hojeo con placer alguno de los tomos de Historia de la Música Clásica de José Molina. Hoy, leyendo sobre música renacentista, encontré esta imagen de un Canon Circular en honor a Enrique VIII, y me llamó la atención cómo aparecían relacionados dos símbolos contrastantes: el círculo y la rosa.

La rosa, desde Petrarca –y aún antes, desde Ausonio y su dístico "Collige virgo rosas..."–, es un símbolo de la fugacidad de la vida y más puntualmente de la belleza, sintetizada en el tópico del carpe diem: aprovecha –disfruta– el día.

Fue Garcilaso de la Vega uno de los primeros poetas que mejor tradujo a nuestra lengua ese sentimiento –porque el carpe diem, más que un tópico literario es un modo de vida– en su soneto XXIII:
En tanto que de rosa y azucena
se muestra la color en vuestro gesto,
y que vuestro mirar ardiente, honesto,
enciende al corazón y lo refrena;
y en tanto que el cabello, que en la vena
del oro se escogió, con vuelo presto,
por el hermoso cuello blanco, enhiesto,
el viento mueve, esparce y desordena:
coged de vuestra alegre primavera
el dulce fruto, antes que el tiempo airado
cubra de nieve la hermosa cumbre.
Marchitará la rosa el viento helado,
todo lo mudará la edad ligera
por no hacer mudanza en su costumbre.
El juego connotativo que emplea Garcilaso le permite eludir la afirmación explícita, enmascarando sutilmente una realidad poco feliz: la belleza de la doncella –y, por extensión, ella misma– se convertirá en algo no bello, o, más triste aún, ex bello. Es ésta la formulación de una ley natural que concierne a todos los seres: todo, lo humano y lo no humano, las damas y los poetas, al igual que los edificios y las piedras, han de sufrir la misma transformación por obra del tiempo. Vamos por la vida siendo declinados por la gramática de la decadencia.

También viene a cuento el soneto de Luis de Góngora titulado A una rosa:
Ayer naciste, y morirás mañana.
Para tan breve ser, ¿quién te dio vida?
¿Para vivir tan poco estás lucida,
y para no ser nada estás lozana?
Si te engañó su hermosura vana,
bien presto la verás desvanecida,
porque en tu hermosura está escondida
la ocasión de morir muerte temprana.
Cuando te corte la robusta mano,
ley de la agricultura permitida,
grosero aliento acabará tu suerte.
No salgas, que te aguarda algún tirano;
dilata tu nacer para tu vida,
que anticipas tu ser para tu muerte.
Ya desacralizada por la mirada barroca, la rosa no sólo es metonimia de belleza, sino también de virginidad, y el fin de lo bello llega ya no sólo con la vejez, sino con la robusta mano del labriego que socavará el monte de Venus.

Delicioso es también un soneto de la décima musa, Sor Juana Inés de la Cruz, quien en son de risa, pero no por eso de liviandad, saluda desde México a Góngora, diciendo en su soneto Jocoso, a una rosa:
Señora Doña Rosa, hermoso amago
de cuantas flores miran Sol y Luna:
¿cómo, si es dama ya, se está en la cuna,
y si es divina, teme humano estrago?
¿Cómo, expuesta del cierzo al rigor vago,
teme humilde el desdén de la fortuna,
mendigando alimentos, importuna,
del turbio humor de un cenagoso lago?
Bien sé que ha de decirme que el respeto
le pierdo con mi mal limada prosa.
Pues a fe que me he visto en harto aprieto;
y advierta vuesarced señora Rosa,
que le escribo, no más este soneto
porque todo poeta aquí se roza.
“Todo poeta aquí se roza”: guiño conceptista, sonrisa irónica de la monja docta que observa críticamente una época en que el manoseado símbolo de la rosa se deshoja hasta el sinsentido.

En la partitura del Canon, la rosa se ve rodeada por un pentagrama circular. La melodía escrita en él empieza y termina, empieza y termina, ad infinitud, en un eterno retorno. Esa rosa, lucida para vivir tan poco, está envuelta por lo infinito; y al mismo tiempo, una melodía infinita halla su eje en esa belleza efímera. El infinito entraña lo finito, y lo finito hermosea lo infinito.

Por último, un detalle no menor: el pimpollo. En esa tensión entre la rosa y el círculo aparece involucrado un fragmento de universo que por obra y gracia de la imagen permanecerá, para siempre, en potencia. De esta forma, el infinito y lo finito entrañan, además, el por-venir, que es el hoy.

Extrañísima conjugación de opuestos, impropia, tal vez, de una mentalidad occidental y, más aún, renacentista. Pero el Canon está ahí, por más que el jardinero después venga y me diga que no sea bruto, que eso no es una rosa, sino un gladiolo o algo por el estilo.


Posadas, 28 de junio de 2004

3 comentarios:

Bubulina dijo...

¿Para cuándo renovamos?

Diego E. Suárez dijo...

Gracias por el acicate, BuBu. Firma: El Oso Yogi (o Yogui, como prefieras).

Bubulina dijo...

Muy Bien, veo que ser metida sirve,
jaja


Firma: Bubu, amiga de Yogi

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